Cuán hermosamente reluces, estrella de la mañana, llena de gracia y verdad por ti misma, ¡raíz de mi vida! Tú, mi sol, has poseído mi corazón, amorosamente, amigablemente, hermosa y gloriosa, grande y honesta, plena en dones, elevada y sublime. Reflejan a Dios las mujeres que alumbran, reina incluso de quienes no te han escogido, cuán dulce es tu vida sin palabras en cuyas vueltas mido mi edad y cuya antigüedad nuestros antiguos padres se equivocaron en calcular. Oh dulzura, pedazo del cielo, bien sea tu tibieza, bien sea el mortal ardor, no puedo arrancarte de mi corazón. Llenen, divinas llamas celestes este pecho escéptico que las anhela. Mi alma percibe las pulsiones más fuertes del más ardiente amor y prueba en la Tierra el placer del cielo. Un resplandor terrenal, la luz de un cuerpo particular no conmueve tanto mi alma como la luz de gozo que viene del Universo. Porque la sublime armonía que pretende describir la física está allí para avivarme. ...