Bien por "mala fortuna",
bien por su ubicación estratégica
-ciudad portuaria en el estrecho
entre la Península italíca y la Isla de Sicilia-,
fue atacada docenas de veces
por hordas de hijos de marte.
La primera guerra púnica,
la batalla de Lepanto
y hasta la segunda guerra mundial
produjeron en ella estragos y miles de muertes.
Algunas veces mataban a todos los hombres
y tomaban a todas las mujeres
Cuando los asesinatos y los saqueos no fueron suficientes
se atrevieron a abolir su senado
y su universidad,
atacando así directamente a su espíritu.
Y no siendo poca para la ciudad la maldad humana
la naturaleza inocente
envío terremotos y tsunamis
que mataron de nuevo a casi todos sus ciudadanos
y dejaron la ciudad en ruinas.
Y a través de los mercantes envió una peste
-la peste negra-
que mató a un tercio de los habitantes
del Continente europeo.
Mesina fue la puerta de la muerte.
Con ese dolor insondable
y una magnífica nobleza,
Mesina hoy recibe a sus visitantes con una inscripción que reza
"Vos et ipsam civitatem benedicimus"
("Te bendecimos a ti y a tu ciudad").
Tú y yo sabemos bien
qué se siente ser como Mesina.