De cuerpo translúcido creado por la revolución de un triángulo
a través del cual sólo se vislumbran sus propios brazos
y la oscuridad del profundo océano,
de vértice alargado apuntando hacia el transfondo de la nada
que dio sustento al agua,
de colores electrícos también, fluorecentes, metálicos,
como en otras de mis visiones anotadas,
agitando sus tentáculos con sutil violencia, extendíendolos al infinito
o, por lo menos, fuera del marco de referencia donde puedo verlos
allí, fuera del tiempo, estaba esa extraña especie eterna
de un sólo individuo representando la divinidad:
allí estaba el amor y el dolor.