Guayasamín, Madre y niño.
Sé que eres valiente
y doy fe de lo fuerte que eres:
caerás muchas veces
y te levantarás sin ayuda
casi siempre.
Sé que no me necesitas
y que no puedo protegerte
de todas las vicisitudes
del mundo inclemente.
Poco puedo prometerte,
poco puedo hacer frente
a la crueldad consciente,
frente al horror indiferente.
No escaparás de lo que duele:
de la pérdida,
el abandono,
el desprecio,
el olvido,
la enfermedad
o la muerte.
Pero déjame quererte,
admirarte, complacerte y arroparte.
Eres irrepetible,
déjame retratarte
para recordarte
antes de que la vida se me arrebate.
Déjame ayudarte
e iluminar tus primeros pasos
por el sendero
por el que partirás
más temprano que tarde.
Déjame entretenerte,
déjame darte la atención y el cuidado que mereces
aunque yo no sea suficiente.
Cada consciencia es un milagro
en el que confluye todo accidente
y la ternura es el milagro que hace
que mi fragilidad sea fuerte.
Déjame protegerte
porque para mí eres el más valioso ser
jamás existente.
Y aunque parezca que todo lazo va a romperse,
déjame creer que en el amor se trasciende:
atesoraré esos momentos en mi mente
como si la eternidad fuera solo el presente.