Miro al núcleo de esta esfera
adentrado ya tanto en el cielo
que los conceptos de arriba y abajo
han perdido el sentido.
Continentes a la deriva
flotando sobre océanos colgados en el cielo
es lo que veo.
Persigo el amanecer con mi mirada,
el ojo de una tormenta se muestra
como una espiral calmada.
Aquí da lo mismo cualquier centro,
cualquier vértigo,
porque bien puedes decir que saliste a rodar sin control
o que el mundo da vueltas alrededor tuyo
mientras tú te quedas quieto.
En algún punto de mi ascenso
el manto celeste
que me parecía antes
inabarcablemente inmenso
desnudó sus fronteras,
y el aro concavo que dominaba el horizonte
se tornó convexo.
La noche demostró
estar allí todo el tiempo
y fue desenmascarada la ilusión de peso:
la gravedad no es una fuerza,
es una distorsión en el espacio-tiempo.
La sensación de estar anclado
a un campo magnético
es solo nostalgia,
es solo miedo.
Tengo que dejarte ir,
tengo que soltarte.
Desde aquí todo destino
parece tan frágil.
Tengo que dejarte ir,
tengo que soltarte.
Desde aquí ningún vínculo
parece inexorable.