Conoció la Diosa al Espíritu de la Creación y en éxtasis se hicieron Uno. Mas el resplandor, en sincronía, llenó cada horizonte, en cada punto, en todas direcciones, y se hizo homogénea la eufonía, saturando los oídos de la Diosa.
Y Ella no pudo soportar más tanta belleza.
Fue ahí cuando el Espíritu sintió por primera vez, de manera profunda, dolor. Y al sentir la sangre deslizándose por su piel, y al verla correr, confundida con lo que emana la fuente, la Creación comprendió que no podía vivir sin el silencio.
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