Si ya fue
la última vez
que te vi
y tal vez
nos debimos
despedir mejor
(con los ojos cerrados,
las manos aferradas
y nuestras frentes
apenas apoyándose una a la otra),
quiero que sepas
que aquella vez en la que
—inocentes del porvenir—
tú aprendías a darle vida a las flores
—inocentes del porvenir—
tú aprendías a darle vida a las flores
mientras yo arpegiaba raros acordes,
fui feliz,
fue profundamente feliz,
y sentí
que por fin
no estaba solo.
(y en verdad te agradezco
porque así fueron tantos momentos
porque así fueron tantos momentos
en los que se casi que se detenía el tiempo
y vivir valía la dicha).
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