Desamparado
por el sol de verano
y su silencio cómplice
las olas de un mar picado
me secuestran.
Soy un frágil y temporal arreglo
de moléculas:
la merced del ávido arrebato
con el que las aguas
me llevan a sus entrañas
lo demuestran.
Remolinos de caos
me desorientan
y me condenan
cada vez
más
a lo profundo.
Rayos de luz como espadas
penetrando el receptáculo,
imágenes fractales del cielo,
burbujas que se alejan hacia ellas
llevándose los últimos vestigios
de mis fuerzas.
Y yo
cada vez
más
allí
me hundo.
Y, de repente,
cuando dejo de luchar por una bocanada
y me entrego a la voluntad indiferente
del dios océano,
me doy cuenta que respirar
no era necesario.
Me doy cuenta
de que en el lo más oscuro
del azul acuático
encuentro
la calma
de retornar
a mi verdadera casa.
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