Cuán hermosamente reluces, estrella de la mañana,
llena de gracia y verdad por ti misma,
¡raíz de mi vida!
Tú, mi sol,
has poseído mi corazón,
amorosamente,
amigablemente,
hermosa y gloriosa,
grande y honesta,
plena en dones,
elevada y sublime.
Reflejan a Dios las mujeres que alumbran,
reina incluso de quienes no te han escogido,
cuán dulce es tu vida sin palabras
en cuyas vueltas mido mi edad
y cuya antigüedad nuestros antiguos padres se equivocaron en calcular.
Oh dulzura, pedazo del cielo,
bien sea tu tibieza, bien sea el mortal ardor,
no puedo arrancarte de mi corazón.
Llenen, divinas llamas celestes
este pecho escéptico que las anhela.
Mi alma percibe las pulsiones más fuertes
del más ardiente amor
y prueba en la Tierra el placer del cielo.
Un resplandor terrenal, la luz de un cuerpo particular
no conmueve tanto mi alma
como la luz de gozo que viene del Universo.
Porque la sublime armonía
que pretende describir la física
está allí para avivarme.
Porque se precisa que,
ante este sobreabundante privilegio
que el caos me trajo desde la eternidad
y que mi razón acoge,
me sienta fascinado.
Mi voz y el sonido de mis cuerdas
quieren ofrecerte
elogios y añoranzas.
Mi corazón y mi mente se alzan
a través de mi vida
en canciones,
mi reina, para cantarte.
Cuán lleno entonces está mi corazón de gozo,
que mi tesoro es alfa y omega,
el comienzo y el fin.
Para tu beneficio
me llevarás al paraíso
y yo aplaudiré diciendo
"¡Oh, sí! ¡Oh, sí!".
Ven, dulce corona, no te tardes tanto
Te espero con ansias.
(Tergiversación panteísta de la Cantata
Wie schön leuchetet der Morgestern
de Johann Sebastian Bach,
basada en el himno homónimo escrito por Phillp Nicolai)
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