Murió Jorge, el solitario,
a medio camino del abrevadero.
Cargaba junto al peso de sus años
el deber de dejar un heredero.
Murió Jorge, el longevo.
Ninguna tortuga, ninguna esperanza,
ninguna salvación de su raza,
salió de alguno de sus huevos.
Murió Jorge, el gigantesco,
el más raro de los animales,
y se dice que su deceso
fue por causas naturales.
Lo que nadie reconoce
-por más que lo tengamos claro-
es que Jorge no "murió"
sino que nosotros lo matamos.
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