Para renunciar se necesita reconocer que ningún evento o ser particular son necesarios, aunque todo deviene según la necesidad.
El devenir de lo absoluto transcurre creando y ejecutando simultáneamente sus inviolables leyes de armonía, "todo acontece según el ritual"; pero cada uno de nuestros actos, pensamientos, emociones y disposiciones, los modos concretos de organización son contingentes: nacen y perecen.
Para renunciar se necesita reconocer que todo lo particular es contingente, pues ello conlleva a admirar que sea o que haya llegado ser. ¡Podría no haber sido! Hablo del "lujo" en ese sentido: cuando digo que los vínculos con las personas que queremos son lujos, me refiero a que cada de uno de ellos es contingente, innecesario, casual... no hay mayor privilegio que ser conscientes de algo que pudo no existir... y no hay mayor milagro que el amor que hace que exista aquello que pudo no existir, pese a todo.
La renunciación a algo conlleva, por ende, a la admiración y aprecio por ese algo. La renunciación sustenta el amor más puro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario