La paz y la guerra no son sólo circunstancias sociales,
son también actitudes personales,
son también estructuras emocionales.
La guerra no sólo sucede allá lejos,
ni fue causada sólo por infames que nos son ajenos:
aquí está, entre nosotros,
en las palabras que usamos,
en el tono en el que las decimos,
en la arrogante mirada,
en la ignorancia ante la diversidad,
en las fallas de argumentación,
en la malinterpretación,
en la heteronomía,
en la obsesión con las figuras paternas,
en la contaminación,
en la falta de visión
sobre las consecuencias a gran escala de nuestros actos,
en nuestros sistemas de valoración,
en la falsa escisión entre razón y pasión,
en la justificación de los medios por los fines,
en la ausencia de compromiso con la educación,
en el olvido acerca del hombre por parte del hombre,
en la hipócrita "religión del altruismo".
Aquí está la guerra, entre nosotros,
cuando "excusamos" el mal pequeño en el que aportamos
diciendo que era necesario,
cuando decimos que es culpa de la sociedad,
diciendo que es cuestión de supervivencia,
diciendo que es costumbre,
o que es un trauma.
Como si la esencia de lo humano no fuera dinámica.
No es cuestión de intenciones, sino de acciones.
Y si nos juzgan por los hechos, somos violentos.
Si no apoyamos la guerra, ¿por qué la hacemos?.
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