Los encuentros que con tacto se acuerdan
pero que con miedo se aplazan,
los escalofríos que recorren malvados
cada esquina de mi casa
y la vacuidad que maulla en mis vísceras
(causada por la promesas incompletas),
al ver la ineptitud de mi memoria
quieren grabar en todas mis células
-si se puede en mi información genética-
instrucciones precisas para producirme dolor
y para hacer de mi persona algo calculable.
Lástima para ellos porque la divinidad en mí
supera lo estrictamente biológico,
lástima porque la complejidad emergente
engendrada por los bucles de las sencillas a, g, t y c,
hace de mi conciencia algo estrictamente innatural.
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