Sería mejor decir las cosas
sin pelos en la lengua,
decir cosas sin lenguas
y sin pelos...
¿Quién imaginaría que depilando y deslenguando
nos quedaríamos con lo que es en sí la cosa?
Sería mejor decir las cosas como pasan,
es decir, que fueran cosas las palabras,
y que se nos llenara la boca del mundo pronunciado.
Sería mejor que nada fuera interpretado,
que no hubiera ningún punto de vista:
así no habría que constituir la experiencia
en la intersección de las perspectivas.
Y que los sentimientos se sirvieran sin ser cocinados:
sabríamos a tiempo de todo odio y de toda estima.
Todo sería más claro
si los objetos reales y los juicios verdaderos
se correspondieran perfectamente
y tuvieran límites con claridad definidos.
Y pudiéramos ser tan directos,
tan pero tan directos,
que no hubiera necesidad de nosotros mismos para entenderlo.
Pero yo, lo que soy yo, la verdad que yo no puedo:
mi ser consiste en interpretar:
con cada sentido y con cada palabra
el mundo y yo reciprocamente nos generamos.
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