Ningún nadie nunca es nada
y aun así tendemos a valorar por expectativas:
tendemos a amar lo que insinúa y no lo que se ofrece,
lo que puede ser y no lo presente.
Y tendemos a pensar en lo perfecto que sería lo amado
si fuera posible corregir esas cuantas imperfecciones.
Y tendemos a creer que el tiempo hará las cosas mejores,
siendo que todo lo corrompe.
Y quisiéramos olvidar
que a todos a nuestro alrededor los alcanzará la muerte,
así como a sus palabras y acciones las alcanzará el olvido.
Y queremos siempre creer
que si nuestro amor persiste algún día será recompensado.
No podemos soportar que todo sea tan en vano,
que el tiempo sea tan corto,
que el amor sea tan insuficiente
y que nuestros sentimientos le sean tan inesenciales al mundo.
Cuando lleguen las victorias
estaremos demasiado ocupados evitando la próxima derrota.
Cuando entiendan tus palabras no podrás decir lo que querías.
Y es trágicamente inevitable que le hagás daño a las personas,
tanto a las cercanas como a las que te contemplan a lo lejos.
Y si luchas, siempre habrá alguien a quien vencer
y alguien que pueda vencerte.
Cualquiera puede quitarte la vida.
Y si intentas algo mejor,
estarás de pronto muy lejos de tu corazón
y lleno de costumbres y disciplinas artificiosas.
Y si esperas, siempre estarás vacío.
Sabes que no hallarás un sentido
y, sin embargo, te aferras a cualquier doctrina
que te enferme de placer o de tormento,
o empiezas a adorar a la nada.
Pues aunque creas en la razón, ella terminará por abandonarte.
Pues si fuéramos concientes de nuestra efímera condición,
no podríamos obrar en consecuencia.
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