Quisiera poder odiar,
odiar toda esa miseria
y romper tu cuerpo contra el mundo,
y no dejar que viva en la Providencia Madre
la ambigüedad del placer y de sus contrarios.
Quisiera odiar en vez de sufrir esta impotencia,
esta tristeza proyectada,
este dolor por mi ser en el otro
tan intolerable que deviene -quizás- en indiferencia,
pero que algún día ha de ser causa
de la inexistencia de esta configuración dinámica de fuerzas,
de la ausencia de la emergencia de la nada
que ocurre en la conciencia
que constituye este sinsentido con patas que suelo ser.
Quisiera poder odiar, en realidad.
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