domingo, 19 de septiembre de 2004

Electricidad

Soñé que un hombre llegaba al cielo, a ese claro y confortable cuarto donde duerme Dios, a la pequeña alcoba divina. Sentía su felicidad como mía. La dueña y sustento del cielo le daba la bienvenida. Detrás de él, cabalgando un armario, llegó una fastidiosa comunidad de pequeños hombres gobernados también por una mujer. Los hombrecillos pretendían llevarse consigo de vuelta al recién llegado y le hacían sentir fuertemente que el no merecía este lugar. Yo sentía su angustía como mía. Yo sentía que el sabía que ellos tenían razón en una medida proporcional a su tamaño. Entonces él pidió auxilio a la reina celeste, quien lo miró extrañada, pues no veía a las pequeñas personas que lo estaban acosando. Fue allí cuando, de pronto, la osada líder de los minúsculos se avalanzó a atraparlo, mientras el trataba de alejarlos con su florete. Logró el jovén en una muy hábil maniobra atrapar a la pequeña mujer, y temeroso logró ponérsela en las manos a la divina esposa del dueño del cielo, y ella comparó lo recibido con muchas cosas insignificantes, dentro de las cuales sólo recuerdo que dijo: "esto no es más que un pepino". Y yo volteé y vi que, efectivamente, entre las manos de mi amada no había más que un rechoncho pepino. El pobre jovén se había llevado sus miedos al cielo, y sólo él los veía, mas yo sentía su desesperación como mía.

¿Quién era yo? Yo era algo impersonal, yo era un observador sin presencia en la escena, pero estaba acostado en la cama principal, y mi amada yacía en una colchoneta, a mi derecha en el piso. Yo veía todo, pero nadie me veía a mí, yo era imperceptible. Yo era, en parte, el joven que había llegado al cielo y que sentía miedo de que las pequeñeces le arrebataran su derecho. Pero yo era, ante todo, el Dios impotente, que sentía el dolor y la tristeza mías como mías.

Hoy me abrumó un miedo eléctrico que me hizo recordar la tenacidad de mi sueño. Fue por tu culpa.

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