martes, 7 de septiembre de 2004

Ecología

Somos inesenciales con respecto al mundo, absolutamente prescindibles. Por más que persistamos no podremos persuadir a la naturaleza de que mantenga nuestra existencia individual en su seno por más tiempo del tarda un organismo humano es corromperse. Las empresas humanas son perecederas y siempre tan breves que cuando termines de exhalar se habrán extinto millones. Pero el orgullo -que en el fondo es puro miedo- nos impulsa a creer que es posible elevarnos por encima de la creación, a aplastar a todo lo existente en un esfuerzo vano por permanecer. Queremos hacernos notar, tratamos de alimentarnos de la ilusión de ser importantes. Si persigues la fama, no haces más que revolcarte en el fango de tu vanidad, que terminará por consumirte vivo, porque la mera fama -considerada en sí misma- exige mucha dedicación y sacrificio que nunca es retribuido.¿De qué le sirve a Homero que aun lo recordemos? ¡Está muerto! Es tan sencillo como eso, no puede disfrutar del renombre de su excelencia. Feliz él si se conformó con decir y obrar justa y prósperamente durante su vida para su propio deleite ¡Pero ya está muerto! No hay prolongación de la existencia, ni en nuestros hijos, ni por nuestras ideas. Objetivamente somos usados por otras formas de vida que a la vez serán usadas por otras, y así sucesivamente. Tampoco existe algo así como ?nuestras ideas?: cualquier profunda idea filosófica que se te ocurra, genio, ya se le ha ocurrido a alguien.
Haz lo que tienes que hacer para ser feliz ahora, porque todavía no ha llegado el momento futuro y el pasado ya no puede volver a vivirse. No luches contra la naturaleza, no contra el orden que todo lo gobierna. Date cuenta que eso de creerte ?individuo? te enferma. Eres absolutamente prescindible y todas las memorias terminarán por consumirse.

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