domingo, 1 de agosto de 2004

Menos

Los frutos verdes por fuera, mas tan maduros por dentro que ya hasta el alma del árbol es putrefacta. Y ya es primavera, pero los colores están todos aprisionados. Las livianas esporas ya casi desprendidas, tan livianas y, sin embargo, el viento no quiere llevárselas. No podrían haber raíces más fuertes y ágiles, y aún así cualquier suelo le resulta impenetrable. ¿Por qué este frondoso bosque solitario no merece estar en ninguna parte? ¿Cómo podrá pagar la luz y los nutrientes que le han sido otorgados? ¿De qué manera justificar el milagro de existir sino prosperando? ¿Por qué no podría ser tan sólo un árbol ordinario, de aquellos que guardan la vida en la corteza y no sienten dolor al florecer? Pero no: aquí por savia tenemos bilis negra, y esta maldita melancolía nos hace inmortales, tan inmortales como el silencio. ¿Y quién dijo que queríamos la inmortalidad? Tan sólo queremos que nos destruyas y te nutras de cada partícula, porque cada partícula será semilla si tú la consumes. No quiero ser más, quiero ser menos.

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