domingo, 16 de mayo de 2004

Être déchiré
(o de las maneras en que ellas asesinan a quienes las aman)

Caso 3:

Él quería regalarle su corazón. Había ahorrado toda la semana para comprarlo, se había empinado muy alto sobre la vitrina de la panadería para poder pagarlo, y después de tenerlo en sus manos, listo para ofrecerlo, lo dejó caer y se rompió. Y muy triste se sintió, viendo su regalo hecho boronas en el piso, viendo a la perrita de la vecina devorando los pedazos más grandes. Siempre regaba la sopa y dejaba caer los pocillos, la mamá no sabía que hacer con él, pero así lo quería, y él nunca se había comido un helado sin quedar al final con la cara tan sucia como la de un vagabundo.

Entonces pensó en enseñarle a ella, a la niña a la que le iba a regalar el corazón, a montar bicicleta. Se lavó bien la cara después del almuerzo, afinó los pedales y se dirigió al parque donde siempre podía encontrarla sola, dibujando gatos, antes de hacer las tareas. Y le comentó la idea, iluminando ese bello y pulcro rostro que jugaba detrás de unos rubios y cortos ricitos.

Ella se reía nerviosa mientras ensillaba el caballo de acero. Él era en ese momento un orgulloso maestro, aunque todavía no había incursionado en el arte de manejar sin las ruedas de seguridad; y, tomando el manubrio con la mano derecha y el sillín con la mano izquierda, la condujo a un paseo por las nubes con tan sólo darle un par de vueltas al parque donde siempre podía encontrarla sola, dibujando gatos, antes de hacer las tareas.

-"¡Pedalea!"

Y ella lo miró como si no entendiera.

-"Dale vuelticas a los pedales, a esos"

Y ella miró hacia abajo, encogió los pies y los puso donde él señalaba, hizo mucha fuerza hacia delante -bueno, eso parecía- y, como no pasaba nada, pensó que debía hacer fuerza hacia atrás. Y ha sabido sentarle con el pedal derecho tal golpe en la espinilla a aquel desprevenido niño que se hallaba cada vez más cerca de ella, que inmediatamente el pobre cayó al piso y se enredó con la bicicleta, haciéndola caer también a ella.

Como ella era muy valiente y no lloraba en público aunque se hubiera pelado las manos, él tuvo que contener las lágrimas producidas por el gran moretón que emergía sobre su pierna, y tuvo que apretar los labios para devolver el grito de dolor al estómago. Ella se encontró con una fuerte y larga ramita mientras estaba en el piso, la recogió y se puso de pie. Él ya se había parado como un resorte, se hallaba ya sobre la bicicleta, le dijo a ella que así no era y procedió a mostrarle cómo sí era. Entonces tomó distancia, se ubicó correctamente para poder pasar al frente del lugar donde ella se había sentado, y se propuso realizar una gran hazaña de velocidad. Adoptó una posición aerodinámica y comenzó a pedalear como loco -hacia delante. Las fracciones del instante siguiente bastaron para que ella no soportara la inocente tentación de meter la rama entre los radios de la rueda. Y la rama resultó más fuerte de lo que pensaba, y así de pronto se hallaba él surcando los aires, moviendo los brazos y las piernas como si el cielo fuera una piscina, y cayó. Y su conciencia se diluyó para siempre mientras contemplaba el rostro de la niña, en el parque donde siempre podía encontrarla sola, dibujando gatos, antes de hacer las tareas.

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