Hoy amanecí bahmetafísíco. La Diosa me envió este sueño: Shinji Ikari esperaba a Misato, quien lo había citado a las 9 en punto, pero se encontraba retrasada: se había tenido que encargar de una emergencia. Él, paciente y sumisamente, esperaba en uno de esos extraños compartimientos mecánicos, y se sobresaltó un poco cuando el proceso se inició automáticamente. El mecanismo introducía una persona en una pequeña nave, y luego a la pequeña nave en un cohete. Pero no había persona adentro, solo estaba Shinji afuera, observando. Este cohete era ni más ni menos que una réplica de la Estatua de la Libertad. El cohete despegó y se dirigió contra la Luna. Y la penetró. Parecía como si la superficie del satélite hubiera absorbido el artefacto, como cuando uno se chupa un largo spaghetti. En su trayectoria subterránea el cohete se tropezó con otro cuerpo de sus mismas dimensiones, y comenzó a desplazarlo, para poder salir a la contrasuperficie. Había allí, en el lado interno de la luna, una civilización: era una copia oscura de Manhattan. Había también un amplio cielo sin nubes. El centro incandescente del astro iluminaba la tarde con una luz pálida, más bien oscura, entre amarilla y naranja. La gravedad –no me preguntes cómo– halaba hacia el exterior del astro, supongo que de la misma manera en que un sentimiento fuerte es halado hacía fuera de nosotros. El cohete desplazó del panorama urbano a un rascacielos, y éste fue a depositarse en el fondo del mar que rodeaba a la isla (sí, también había mar en el lado interno de la Luna). Al caer al líquido abismo, el rascacielos constituyó la cumbre de una montaña de Estatuas de la libertad desechadas. Un gigante eternamente decepcionado se encargaba de limpiar el agua de la basura humana, y vio aumentar su tristeza al ver caer la última porquería. “Bah… estos humanos son como tiburones” (no sé a qué se refería, pero lo dijo de una manera tal que incitó poderosamente en mí el sentimiento bahmetafísico).
Ahí, me desperté bruscamente.
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