Se desgarraron entonces del corazón de la Nada infinitos infinitos, y se expandieron alimentándose del vacío. Así se crearon las formas. La conciencia de la Diosa se dirigió hacia la oquedad dentro de éstas: sus labios curiosos no resistieron el deseo de exhalar a través de la ausencia, sólo para saber qué sucedía.
Y lo que sucedió fue que nacieron los sonidos. Y los sonidos, en su afán de sucederse, corrompieron la indeterminación y generaron el resplandor. Así fue creada la esencia de todas las cosas, la música. Y la música aniquiló a las formas, que no eran más que silencio.
El resplandor iluminó los ojos y los oídos vírgenes de la Diosa, y el espíritu sintió por primera vez de manera profunda admiración. Al redirigir su conciencia hacia la fuente (que ya empezaba a diseminarse lentamente), volvieron sus labios a sentirse atraídos, y sus ojos se cerraron. La creación sedujo a la Diosa, y Ella depositó al espíritu en la esencia a través del tacto suave y cálido de su beso.
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